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Le recuerdo como un bebé rollizo y casi blanco de tan rubio, al que llamabas "tonto" y te sonreía. Le recuerdo como a uno más de los bulliciosos componentes de 7 u 8 años de un coro que con un "alba" (túnica color crema, casi blanca) cantaban a la Virgen los sábados y domingos, como jilgueros. Le recuerdo con su uniforme de los jesuitas de Serrano: pantalón gris, camisa blanca, chaqueta azul marino con el escudo del colegio bordado en el bolsillo... No me llegaba ni al hombro y ya sabía que el día de mañana sería todo un hombre... Con su padre muerto y su madre -yo- delicada de salud, siendo aún un adolescente, él solo nos llenó la nevera de leche y filetes y la casa entera de cariño para dar y vender. Trabajando con sus manos le daba una carrera a su hermana menor (que está a punto de terminar, con un puesto de trabajo ya esperándola) y estudiaba él otra como podía. Y aún le daba tiempo de perfeccionar su inglés con el ordenador y para irse de juerga con sus numerosos amigos... Por eso cuando hoy la todopoderosa empresa les niega a los trabajadores, a los que él representa como delegado sindical, los derechos más irrenunciables recogidos en el vigente convenio de su sector, como el derecho a comunicarse por medio de tablones de anuncios en cada restaurante, el derecho a subir a la categoría de la cual realiza las funciones, el derecho a tener pagado el uniforme completo, el de no hacer un montonazo de horas extras gratis para la empresa (invento que ponen en práctica para los trabajadores con contrato temporal, que por miedo a ser despedidos no se pueden defender y que, cuando un juez falla en su contra, la empresa utiliza los trucos más increíbles para no pagar), el derecho clarísimo a no tener que estar sirviendo comidas a los clientes con el estómago más pegado que un sello de correos a una carta, porque es que les llegan a negar hasta el plato caliente que los restaurantes tienen obligación de poner en la mesa a sus empleados que no pueden ir a su casa a comer, precisamente porque están trabajando a esa hora, etc., etc., etc. Y cuando la empresa le demora cualquier información, le obstaculiza las gestiones o le hace el vacío, intentando desmoralizarle, yo pienso: ¡¡lo tienen claro!! Porque mi hijo aún no se ha licenciado en su carrera universitaria, pero, a pesar de sus veintipocos años, ya está licenciado y doctorado en la carrera de la vida. Y no importa su nombre, porque seguro que muchas más madres podrían dar testimonios parecidos como dos gotas de agua. Mi hijo es tan sólo uno cualquiera de los casi 100.000 delegados sindicales que tiene CC.OO., el primer sindicato del país (aunque bien podría pertenecer a cualquier otro sindicato), repartidos por toda España.
Soledad Marín (Lda. En Ciencias de la Información)
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